Apego: mitos, realidades y aplicaciones

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Palabras “apego” o “vínculo” se utilizan frecuentemente cuando hablamos de crianza y tienden a estar cargadas emocionalmente. Sabemos que hacen referencia a algo muy necesario e importante. Sin embargo, a menudo su significado se malinterpreta y ciertos malos entendidos relacionados con este concepto pueden generar sentimientos de culpa, inadecuación o inseguridad, al interferir negativamente en el ejercicio de la parentalidad.

El psicoanalista inglés, John Bowlby, definió la conducta de apego como aquella que “tiene como resultado el logro o la conservación de proximidad con otro individuo claramente identificado al que se considera mejor capacitado para enfrentarse al mundo”.

El apego, para este autor, sirve a la supervivencia de la especie, ya que en el periodo en que el individuo es más vulnerable, necesita depender de otro ser humano más preparado para sobrevivir. El bebé manifiesta conductas de apego (llorar) para tener la proximidad de su madre frente alguna necesidad (hambre, dolor, compañía), quien, si lee adecuadamente estos comportamientos, tenderá a confortar y satisfacer las necesidades del infante, generando así un sentimiento de seguridad que animará al niño/a más adelante a explorar, aventurarse y desarrollarse.

Todos los niños/as NECESITAN ser dependientes para poder llegar a ser independientes; el niño que se siente seguro, de manera natural optará por la autonomía. Curiosamente, vivimos en una sociedad que premia la autonomía y que valora negativamente la dependencia. Sin embargo, forzar prematuramente la independencia podría llegar a dañar a los niños, interfiriendo con su seguridad emocional.

El sistema de apego cumple asimismo la función de ayudar a los pequeños a la regulación emocional, a través de la regulación externa (el cuidador protege y contiene al niño/a, co-regulación) el niño puede posteriormente llegar a regularse más adelante (auto-regulación). Un niño/a que frente a sus conductas de apego (llorar, gritar, hacer gestos de desagrado) no tenga una respuesta del adulto podría desarrollar un estilo de apego más inseguro (el niño/a lee “el adulto no siempre está cuando se le necesita”) y tener el sistema de apego más activo, en desmedro del sistema de exploración (el niño/a va a invertir más energía en probar la relación con el adulto y, por tanto, no va a poder invertir tantos recursos en explorar el entorno).

Según Mikulinzer y Shaver (2007), entre el nacimiento y los tres años de vida hay un periodo sensible en que se desarrolla el vínculo de apego. Estos autores describen 4 fases de desarrollo del vínculo de apego:

  • Pre-apego: 0-2 meses, donde los recién nacidos no tienen selección en el vínculo.
  • Apego en formación: 2 a 6 meses, donde los bebés empiezan a mostrar preferencias.
  • Apego nítido: 7 a 24 meses, se identifica una selectividad hacia la figura principal de apego (generalmente la madre).
  • Apego corregido por meta: Desde los 24 meses. Los niños soportan periodos más largos de separación.

Prácticamente TODOS los niños tiene un vínculo de apego y la mayoría de ellos (alrededor de un 65%) tiene un vínculo seguro. En el establecimiento de la seguridad o inseguridad en este vínculo es importante la respuesta del cuidador hacia el niño cuando se activa este sistema de apego.

Más que estar 24 horas con el niño y con el niño pegado, lo importante es que cuando el niño tenga una necesidad, ésta sea satisfecha y el niño reciba el mensaje de que es cuidado por otro, que hay otro ahí y que, por tanto, puede estar seguro. Muchas veces escuchamos frases del tipo “este niño está demasiado apegado a mí”. No hay demasiado apego. Hay apego seguro/ vínculo profundo o apego inseguro o más superficial.

Los papás y mamás debemos hacer sentir a los pequeños/as que tenemos todo bajo control (muchas veces estaremos muertos de miedo, pero tenemos que actuar como si en verdad así lo sintiéramos), para que sientan que el mundo es un lugar seguro.

La manera en que las mamás y los papás se comunican con sus hijos (¿se abrazan?¿se tocan?¿se miran?¿son afectuosos?), las palabras que les dicen y el tipo de conductas que mantienen con ellos diariamente, generan la construcción de un modelo de ellos mismos y de la imagen que otras personas tienen de ellos (¿soy digno de ser querido? ¿valgo la pena?), así como las expectativas sobre la manera en que las personas los tratarán.

A continuación se describen características de los padres y madres que se han relacionado con un apego seguro, con ejemplos prácticos:

  • Sensibilidad: Capacidad de percibir señales en los niños y responder de manera rápida, contingente y adecuada. Por ejemplo: cuando un bebé o niño llora por hambre, identificar rápido el llanto y responder ofreciendo comida: “Pobrecito mi bebé tiene mucha hambre, tenga aquí su leche”.
  • Elaboración de historias de apego de los padres: El hecho de que los padres y las madres hayan resuelto/elaborado sus propias historias vinculares parece favorecer el apego seguro. Por ejemplo: “Tuve una mamá autoritaria, su manera de criar y de relacionarse conmigo me marcó de esta forma”.
  • Mentalización: Tener una actitud de comprender al otro, dando sentido a su experiencia emocional. Por ejemplo, cuando una niña está llorando, acercarse, tener una actitud de querer saber lo que ocurrió (no tenemos por qué acertar siempre) y poder reflejar lo sucedido. Por ejemplo: “Veo que tienes el ceño fruncido, me gustaría saber qué te ocurrió, parece que no te sientes muy bien en este momento”.
  • Contar con energía física y emocional, para poder hacerse cargo de las necesidades infantiles: Es necesario pedir y aceptar ayuda de otras personas. “Para criar a un niño se necesita la tribu entera”.

Algunas actividades que pueden favorecer la conexión emocional, el disfrute y el apego seguro (aplican para mamá y para papá):

  • La lactancia materna o, en el caso de lactancia artificial, en contacto piel con piel con el bebé.
  • El masaje infantil.
  • El colecho seguro.
  • Hablar con los niños/as, desde que nacen.
  • Cantar canciones.

Por último, debemos asumir que NO vamos a ser madres perfectas ni padres perfectos. Se puede tener un apego seguro y fallar y equivocarse en el ejercicio de la parentalidad. Debemos ser padres y madres “suficientemente buenos”, es decir, preocupados por nuestros hijos, con ganas de disfrutar, pasarlo bien y dispuestos a aprender y mejorar cada día.

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