Zonas de (des) regulación emocional y problemas de conducta

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El equilibrio es una función cerebral fundamental que permite que las personas puedan ser emocionalmente estables y regular tanto su cuerpo como su mente. Por ejemplo, decimos que un niño, una niña o adolescente logran ese equilibrio cerebral cuando pueden manejar la frustración de haber sacado una mala nota en una prueba, o cuando son capaces de aceptar que no pueden ver más televisión ni jugar con el computador (lo cual no quiere decir que no se enojen…pero pueden controlar su enojo sin explotar).

En el libro “El cerebro afirmativo del niño”, Daniel Siegel y Tina Payne Bryson describen cómo, cuando el Sistema Nervioso Autónomo (compuesto por el sistema nervioso simpático -que se encarga de regular nuestro estado de activación: aumenta nuestra tasa cardiaca, nuestra respiración, activa nuestros músculos para actuar- y el sistema nervioso parasimpático -regula la calma, la desactivación, relaja nuestros músculos y respiración-) funciona adecuadamente, sus dos subsistemas fluyen naturalmente y se logra el equilibrio. A esto se hace referencia con la zona verde. En zona verde, un niño es flexible, tolera la frustración, toma decisiones acertadas…

En cambio, hay ocasiones en las cuales las emociones se sienten de manera tan intensa que dominan por completo a los niños, niñas y adolescentes, saliéndose de sus márgenes de tolerancia, alejándose del equilibrio.

Una manera de romper ese equilibrio es cuando entran en la zona roja, que, si ocurre muy frecuentemente, suele ser motivo de consulta psicológica de muchos padres y madres. Esta zona supone una hiperactivación del Sistema Nervioso Simpático (el que nos prepara para la acción) y conlleva un aumento en la tasa cardiaca y respiración o tensión muscular, propios de una respuesta de estrés aguda. El resultado observable de esta hiperactivación puede ser una pataleta, insultos, agresiones y otras manifestaciones más explosivas, que se ven desde fuera como caos y descontrol.

Otra forma de desregulación es la llamada zona azul, que se activa cuando el niño, niña o adolescente siente molestia o estrés y su manera de enfrentarlo es a través de una especie de congelamiento (puede servir pensar en algunos animalitos que se hacen los muertos para que sus presas no los ataquen…). En vez de actuar hacia fuera, el estrés se enfrenta cerrando (congelando) el organismo, retirándose emocionalmente del malestar, lo cual no ayuda a que la persona se adapte y salga fortalecida de la situación. Se trata de un estado de hipoactivación. La zona azul se relaciona con situaciones en las cuales no se ve ninguna salida al malestar.

Las reacciones o respuestas propias de cada una de las zonas generalmente son involuntarias y, pese a que suele ser común, de poco o nada sirve castigar a un niño que rompió un jarrón porque perdió en un juego o dar lecciones de valentía a una niña que no puede salir de su cama porque tiene una prueba de matemáticas (con frecuencia estas reacciones nuestras están hechas también desde la desregulación y suelen conllevar un empeoramiento de las reacciones, así como mayor malestar, para ellos y para nosotros). Cuando la zona roja o la zona azul predominan, es esencial conectar con nuestros niños y adolescentes desde la emoción (“no te gustó nada perder en el juego…yo sé que eso te hace sentir mucha rabia”), ayudando a que puedan volver lo antes posible a la zona verde. A través de nosotras, personas adultas, ellos pueden llegar a comprenderse mejor y, con esto, regularse con mayor facilidad.

La regulación se puede aprender, pero también se desarrolla, por lo que a menor edad del niño o la niña (¿quién tiene hijos de 2-3 años?), es más común la desregulación. Asimismo, factores como el cansancio, cambios ambientales, enfermedad o eventos traumáticos, entre otros, pueden conllevar desregulación.

Si ayudamos a que se regulen (sin duda un gran desafío que no siempre es posible porque nosotros somos humanos también y tenemos nuestras zonas de tolerancia…), estaremos contribuyendo a que sean resilientes, a que sepan enfrentar dificultades (las cuales son inherentes a la vida…nos guste o no), asumir desafíos y adaptarse con mayor capacidad. ¡Vale la pena intentarlo! ¿No creen?

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