Salud mental de adolescentes en confinamiento

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La adolescencia implica la exposición a una gama de nuevas situaciones de interacción y roles sociales. Como psicóloga infanto-juvenil, llevo muchos años trabajando con jóvenes. Por lo general, es un trabajo interesante, en el cual, trabajo de la mano del o la adolescente e idealmente con su familia, con dificultades que suelen tener mucho que ver con quiénes son, quiénes no quieren ser, aspectos de su personalidad o reacciones internas que no les gustan o les asustan frente a exigencias o demandas que se vuelven amenazantes (elección de estudios o de pareja, conflictos con valores familiares, entre otras). El proceso terapéutico les ayuda a mirarse por dentro, a comprenderse, a definirse. El transitar por este proceso suele ofrecer confianza, bienestar y sensación de libertad.

Siento que para los jóvenes la situación de distanciamiento social consecuencia de la pandemia está suponiendo un tremendo desafío, que está generando en muchos de ellos un intenso malestar. Cancelación de fiestas, celebraciones, reuniones. Permanecer demasiado tiempo con uno/a mismo/a y también con los papás y mamás (en un momento vital en el cual diferenciarse y lograr autonomía con respecto de sus padres es parte de la tarea que corresponde). Excesiva exposición a pantallas (redes sociales, videojuegos…). Estudio autónomo y desde la casa. Estas situaciones y muchas otras estarían generando en nuestros/as adolescentes una profunda sensación de soledad, confusión, desesperanza, que a veces se traducen en sintomatología psicológica o psiquiátrica (procrastinación, tristeza, reacciones somáticas, obsesiones, fobias, autolesiones, irritabilidad, agresividad, abuso de nicotina, marihuana, alcohol…) que preocupa: a ellos/as y a sus familias.

En mi opinión, el síntoma no es lo que más debe asustarnos, puesto que se trata de una reacción natural a lo que les está ocurriendo (obviamente las situaciones de riesgo, en las cuales dañan a otros o se dañan a sí mismos/as deben atenderse de manera inmediata). No obstante, estos síntomas deben alertarnos y, como adultos cuidadores y responsables de ellos/as, deben movernos a su cuidado.

Puede resultar beneficioso realizar reuniones familiares en las cuales se transparente lo que se espera del/la jóven en esta situación (ordenar pieza, recoger platos, asistir a las clases, límite de pantallas), dando un espacio para que la persona exprese cómo se está sintiendo y pueda tener un margen de decisión en estas responsabilidades (él/ella puede elegir en qué horario ordena la pieza o cuál será el horario en el que estudiará o en el cuál ocupará su teléfono). Asimismo, es importante reconocer el desafío que puede suponer permanecer en la casa tanto tiempo, dando lugar a que las frustraciones salgan y sean aceptadas.

Si bien es necesario que el/la adolescente cuente con libertad relativa para permanecer en su habitación y goce de cierta autonomía, también es fundamental poder tener actividades en familia que hagan a la persona sentirse acompañada, contenida, vinculada, reduciéndose de esta manera los sentimientos de soledad y fortaleciendo su sentido de pertenencia. Realizar semanalmente rituales como cocinar, hacer deporte, ver una película o jugar a juegos de mesa en familia pueden ayudar. Es recomendable tener una comida diaria en familia, donde las conversaciones sean distendidas y entretenidas o donde se hable de cómo cada uno/a está sintiéndose en esta situación (se deben evitar interrogatorios o recriminaciones relacionados con el estudio o con el exceso de tiempo en pantalla en este momento).

Con respecto a las pantallas y exposición a redes sociales, hemos de reconocer que, particularmente en esta situación, son la única vía de conexión social y, en este sentido, no es algo con lo que se deba castigar o que se deba emplear como moneda de cambio, puesto que ello interfiere con la calidad de la relación familiar, que tanto necesitan los/as jóvenes en este momento. Dicho lo anterior, debemos reconocer los riesgos que se asocian a un uso excesivo o incluso compulsivo de la tecnología (conversaciones con extraños, desconexión, insomnio o alteración en los ciclos de vigilia-sueño, etc.) y es por ello que deben conversarse en familia los límites para un uso saludable (no uso durante la noche o en el tiempo de estudio, número de horas permitidas al día diferenciando entre día de semana y fin de semana, posible supervisión de contenidos para asegurar su buen uso).

La realización de grupos de manejo del estrés y mindfulness online con jóvenes, quienes asisten de manera absolutamente voluntaria, así como el positivo aprovechamiento que hacen de este espacio, en el cual interactúan, se apoyan y se dan cuenta de que sus experiencias desagradables no son únicas, me ha hecho darme cuenta de que tenemos que hacer un esfuerzo por visibilizarlos, contenerlos y cuidarlos.

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